¿Qué importa?
Al fin y al cabo, ante la inmensidad de ambos nos sentimos pequeños, insignificantes,
anónimos…
¿El océano o la ciudad? En vano es elegir. Lo único que cambia es la materia. Un edificio
bien puede ser una inmensa ola de hormigón y vidrio donde la gente se sumerge. Desde
acá puedo ver al cartero entrar a darse un chapuzón en el hall de un departamento y
salir fresco como una corvina. Y a la noche brillan, como manta rayas, las televisiones
de agua y sal llenas de anguilas iluminando la comisura sonriente de un millón de niños.
¿Y el océano o la ciudad me decís?
¿A quién le importa?
En ambos desaparece la gente. Los tiburones merodean las calles en busca de peces
gordos. Los que la tienen “clara” hacen la plancha ante escuálidos padres de familia
numerosa; ante obreros y desempleados a los que se tragala Ola.
Termin a la jornada y quedan los castillos derrumbados; las huellas de tantas personas
volviendo a casa, cansados de bracear contra la corriente, deseando la ducha que les
despegue del cuerpo la fatiga de arena. Los ojos rojos de horas frente a una pantalla
con sonido a gaviota. La triste imagen de una esterilla rota que el viento arrastra
como una multinacional a su cadete de turno.
Y vos… que te acercas cansada y me pedís que elija entre el océano o la ciudad.
Al fin y al cabo, ante la inmensidad de ambos nos sentimos pequeños, insignificantes,
anónimos…
¿El océano o la ciudad? En vano es elegir. Lo único que cambia es la materia. Un edificio
bien puede ser una inmensa ola de hormigón y vidrio donde la gente se sumerge. Desde
acá puedo ver al cartero entrar a darse un chapuzón en el hall de un departamento y
salir fresco como una corvina. Y a la noche brillan, como manta rayas, las televisiones
de agua y sal llenas de anguilas iluminando la comisura sonriente de un millón de niños.
¿Y el océano o la ciudad me decís?
¿A quién le importa?
En ambos desaparece la gente. Los tiburones merodean las calles en busca de peces
gordos. Los que la tienen “clara” hacen la plancha ante escuálidos padres de familia
numerosa; ante obreros y desempleados a los que se traga
Termin
volviendo a casa, cansados de bracear contra la corriente, deseando la ducha que les
despegue del cuerpo la fatiga de arena. Los ojos rojos de horas frente a una pantalla
con sonido a gaviota. La triste imagen de una esterilla rota que el viento arrastra
como una multinacional a su cadete de turno.
Y vos… que te acercas cansada y me pedís que elija entre el océano o la ciudad.
Juan Oliveira
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