viernes, 14 de octubre de 2011

EL OCEANO Y LA CIUDAD

¿Ante el océano o la gran ciudad?
¿Qué importa?
 Al fin y al cabo, ante la inmensidad de ambos nos sentimos pequeños, insignificantes,
 anónimos… 
¿El océano o la ciudad? En vano es elegir. Lo único que cambia es la materia. Un edificio
 bien puede ser una inmensa ola de hormigón y vidrio donde la gente se sumerge. Desde
 acá puedo ver al cartero entrar a darse un chapuzón en el hall de un departamento y
 salir fresco como una corvina. Y a la noche brillan, como manta rayas, las televisiones
 de agua y sal llenas de anguilas iluminando la comisura sonriente de un millón de niños.
¿Y el océano o la ciudad me decís?
¿A quién le importa? 
En ambos desaparece la gente. Los tiburones merodean las calles en busca de peces
 gordos. Los que la tienen “clara” hacen la plancha ante escuálidos padres de familia
 numerosa; ante  obreros y desempleados a los que se traga la Ola.
Termin
a la jornada y quedan los castillos derrumbados; las huellas de tantas personas
 volviendo a casa, cansados de bracear contra la corriente, deseando la ducha que les
 despegue del cuerpo la fatiga de arena. Los ojos rojos de horas frente a una pantalla
 con sonido a gaviota. La triste imagen de una esterilla rota que el viento arrastra
 como una multinacional a su cadete de turno.
Y vos… que te acercas cansada y me pedís que elija entre el océano o la ciudad.

Juan  Oliveira

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