En la ciudad está tu nombre. En cada esquina se cae tu voz. Entre las raíces de los árboles que sobresalen de la tierra, tus cabellos descansan.
Tu piel es de luz y tiene aroma a mentas y ron; sin embargo, tus manos rocían de caricias al viento, y tu vientre se enciende de fuegos multicolor. La figura de tu rostro es lineal a la felicidad, tus uñas reflejan el pasado penoso, pero tu lengua lame la miel y la sal del amor. Aunque tus dientes no puedan triturar las cadenas con candados, tu saliva es paciente al igual que tus gustos y sabores.
Puedo verte y sentirte en la luz de cada calle, en el rocío de la madrugada, en los bares, tiendas, teatros, colectivos, trenes y bicicletas, siendo todo y nada a la misma vez, siendo un reloj biológico que se adelanta, constantemente, a una vida que todavía no le toco vivir.
Creemos saber e inventamos creer saber. Uno no sabe nada, siempre está inventando, de eso se trata, al final, la esencia trasmuta y reencarna en una sola palabra que contiene millones de
partículas de emociones y sentimientos al nombrarla, amor...
Anónimos en melodías. Palabras, imágenes y cuerpos sin nombres ni edades.
Texto: Mariano Zabala
Imagen: Malva Molina
Imagen: Malva Molina
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